El Quijote en you tube



La Real Academia Española y Youtube realizaron el proyecto Quijote en Youtube, donde 2 149 personas hispanohablantes participaran en la lectura universal del quijote de la mano de la Real Academia de la Lengua Española. Ahora todos podemos disfrutar de esta obra universal en la red, los invito a recorrer juntos esta aventura con Don Quijote y Sancho Panza, su inigualable escudero.


Sigue el link para leer los Capítulos: "El Ingenioso Hidalgo don Quijote de la Mancha"









Capítulo I

Que trata de la condición y ejercicio del famoso hidalgo don Quijote de la 
En un lugar de la Mancha, de cuyo nombre no quiero acordarme, no ha mucho tiempo que 
vivía un hidalgo de los de lanza en astillero, adarga antigua, rocín flaco y galgo corredor. Una 
olla de algo más vaca que carnero, salpicón las más noches, duelos y quebrantos los sábados, 
lantejas los viernes, algún palomino de añadidura los domingos, consumían las tres partes de 




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su hacienda. El resto della concluían sayo de velarte, calzas de velludo para las fiestas, con 
sus pantuflos de lo mismo, y los días de entresemana se honraba con su vellorí de lo más fino. 
Tenía en su casa una ama que pasaba de los cuarenta, y una sobrina que no llegaba a los 
veinte, y un mozo de campo y plaza, que así ensillaba el rocín como tomaba la podadera. 
Frisaba la edad de nuestro hidalgo con los cincuenta años; era de complexión recia, seco de 
carnes, enjuto de rostro, gran madrugador y amigo de la caza. Quieren decir que tenía el 
sobrenombre de Quijada, o Quesada, que en esto hay alguna diferencia en los autores que 
deste caso escriben;  aunque por conjeturas verosímiles se deja entender que se llamaba 
Quijana. Pero esto importa poco a nuestro cuento: basta que en la narración dél no se salga un 
punto de la verdad.
Es, pues, de saber que este sobredicho hidalgo, los ratos que estaba ocioso, que eran los más 
del año, se daba a leer libros de caballerías, con tanta afición y gusto, que olvidó casi de todo 
punto el ejercicio de la caza, y aun la administración de su hacienda; y llegó a tanto su 
curiosidad y desatino en esto, que vendió muchas hanegas de tierra de sembradura para 
comprar libros de caballerías en que leer, y así, llevó a su casa todos cuantos pudo haber 
dellos; y de todos, ningunos le parecían tan bien como los que compuso el famoso Feliciano de 
Silva; porque la claridad de su prosa y aquellas entricadas razones suyas le parecían de perlas, 
y más cuando llegaba a leer aquellos requiebros y cartas de desafíos, donde en muchas partes 
hallaba escrito: «La razón de la sinrazón que a mi razón se hace, de tal manera mi razón 
enflaquece, que con razón me quejo de la vuestra fermosura». Y también cuando leía: «... los 
altos cielos que de vuestra divinidad divinamente con las estrellas os fortifican, y os hacen 
merecedora del merecimiento que merece la vuestra grandeza».
Con estas razones perdía el pobre caballero el juicio, y desvelábase por entenderlas y 
desentrañarles el sentido, que no se lo sacara ni las entendiera el  mismo Aristóteles, si 
resucitara para sólo ello. No estaba muy bien con las heridas que don Belianís daba y recebía, 
porque se imaginaba que, por grandes maestros que le hubiesen curado, no dejaría de tener el 
rostro y todo el cuerpo lleno de cicatrices y señales. Pero, con todo, alababa en su autor aquel 
acabar su libro con la promesa de aquella inacabable aventura, y muchas veces le vino deseo 
de tomar la pluma y dalle fin al pie de la letra, como allí se promete; y sin duda alguna lo 
hiciera, y aun saliera con ello, si otros mayores y continuos pensamientos no se lo estorbaran. 
Tuvo muchas veces competencia con el cura de su lugar (que era hombre docto, graduado en 
Sigüenza), sobre cuál había sido mejor caballero: Palmerín de Ingalaterra, o Amadís de Gaula; 
mas maese Nicolás, barbero del mismo pueblo, decía que ninguno llegaba al Caballero del 
Febo, y que si alguno se le podía comparar, era don Galaor, hermano de Amadís de Gaula, 
porque tenía muy acomodada condición para todo; que no era caballero melindroso, ni tan 
llorón como su hermano, y que en lo de la valentía no le iba en zaga.
En resolución, él se enfrascó tanto  en su lectura, que se le pasaban las noches leyendo de 
claro en claro, y los días de turbio en turbio; y así, del poco dormir y del mucho leer se le secó 
el celebro de manera, que vino a perder el juicio. Llenósele la fantasía de todo aquello que leía 
en los libros, así de encantamentos como de pendencias, batallas, desafíos, heridas, 
requiebros, amores, tormentas y disparates imposibles; y asentósele de tal modo en la 
imaginación que era verdad toda aquella máquina de aquellas soñadas invenciones que leía,
que para él no había otra historia más cierta en el mundo. Decía él que el Cid Ruy Díaz había 
sido muy buen caballero; pero que no tenía que ver con el Caballero de la Ardiente Espada, 
que de sólo un revés había partido por medio dos fieros y descomunales gigantes.

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